Mi embarazo estuvo lleno de miedos, de dudas. La peor
sensación de todas fue la que me agarró después de la internación que tuve a
las 20 semanas. En aquel momento me internaron por una pielonefritis (una
infección urinaria que obviamente se agravó por tener puesto un catéter y llegó
al riñón). Esa infección me trajo contracciones y además obligó a que me
cambiaran el catéter. Me fumé casi 4 días en el Sanatorio, supositorios para
frenar las contracciones, una anestesia general (para cambiar el catéter) y un
susto increíble. Y entonces la sensación fue: esta niña va a estar mucho mejor
fuera de mi panza que dentro. Fue horrible sentir que yo podía ser una amenaza
para ella, pero que, a la vez, ella necesitaba quedarse dentro para poder
sobrevivir, y permanecer el mayor tiempo posible para nacer sana.
Posteriormente, cuando los doppler comenzaron a dar mas o
menos, la misma sensación renovada. Sin embargo, yo ya me había convencido de
que el mejor modo de conectarme con ella sería amamantarla. Si alguna
convicción tuve alguna vez en mi vida, fue esa: quería amamantar a mi hija y no
cabía la posibilidad de no hacerlo. Así fue como comencé a leer y a informarme
en cuanta página o libro cayera en mis manos. Fui a una charla con una de las
puericultoras del sanatorio. Hablé con mi terapeuta shiatsu acerca de qué cosas
naturales podían favorecer la lactancia. Y sobre todas las cosas, deseé con una
potencia desconocida para mí, poder darle la teta a mi hijita.
Vera, como saben, nació por cesárea de urgencia. A pesar de
eso, y diferente a lo que sé que les ha pasado a otras mujeres, no sólo me
trataron muy bien a mí, sino que además me la dieron súper rápido. Nunca se fue
de mi vista, le hicieron los controles allí frente a mí. Y luego me la dieron y
fuimos juntas en la camilla hasta la habitación. Apenas llegué (había pasado
media hora desde que ella había nacido) la puse en la teta y se prendió con
fruición (yo hasta me había hecho controlar los pezones para saber si tenían la
forma adecuada). Y ahí recibí los comentarios elogiosos de la familia, los
médicos, las enfermeras, la puericultora… y yo pensaba: “pero si era obvio que
iba a prenderse”. Nunca había existido otra opción en mi cabeza. Desde allí en
adelante amamanté a mi hija exclusivamente. En el momento en el que tuve el
primer “bajón de leche” (por el que me re angustié pensando que ya no me salía
más leche), a los 45 días aproximadamente de haber nacido la pequeña flor,
llamé a las chicas de la Liga de la Leche de Rosario. Me atendieron con mucho
amor y amabilidad y me sacaron todas las dudas: era normal, la leche ya
volvería, sólo había que poner a Verita mucho tiempo en la teta. Obvio: Vera
tomó siempre teta a demanda. Nunca tuve dudas acerca de eso: ya fuese que
quisiera comer, ya fuese que quisiera mimos, ¿cómo yo le iba a negar alguna de
las dos cosas?
Amamantar a mi hija fue la experiencia más maravillosa que
me regaló la vida. Y a partir de eso quisiera hacer un comentario que ojalá no
sea malinterpretado. He escuchado decir a muchas mujeres, especialmente las que
están a favor de la crianza con apego y demás, que “cualquier mujer puede
amamantar”. Que es mentira eso de “no tener leche suficiente”. Bien, yo creo
que biológica y fisiológicamente, eso es exactamente así: todas las mujeres
estamos en condiciones de alimentar a nuestros bebés y que nuestra leche sea
suficiente. Pero resulta que ya no vivimos en la naturaleza sino en la cultura,
y que esa mujer que intenta amamantar tiene una cabeza que piensa a veces
demasiado, que está atravesada por mandatos sociales, opiniones familiares, y
un sinfín de bla blas que la condicionan, sumado a su propia historia, sus
propios fantasmas. Y todo eso seguramente influirá en sus posibilidades de
amamantar. Entonces no está bueno demonizarlas ni decirles que seguro iban a
poder, que cualquiera puede, que si no pueden es porque no quieren, etc. Como
si a esta altura pudiéramos renegar de la existencia del inconciente, un
inconciente que no se controla a voluntad. Sí sugiero que se informen, y sobre
todo, que hurguen profundo, que busquen encontrarse con su deseo, y que puedan
trabajar mucho para sortear sus miedos. Entre la información y las ganas las
cosas seguro se simplifican.
Por último, para ratificar lo que les digo recuerdo algo que
ya conté en este blog: cuando mi hija tenía casi 5 meses me operaron y estuve
una semana internada. Demás está decir que no pude amamantarla en esa semana.
Cuando volví a casa, mi modo de decirle “estoy acá” fue ofreciéndole una teta
yerma, vacía de leche pero rebosante de amor. A fuerza de amarnos, de querer
amamantarla de nuevo, y de prenderla una y otra vez, mis pechos volvieron a dar
leche. Mucha. La suficiente como para que ella volviera a alimentarse
exclusivamente de mi leche… dicen que relactar es una de las cosas más
difíciles que existen. Bien, también es una de las más bellas. Besos y suerte a
todas con la lactancia!!!