El primer camino arduo, difícil, fue el de decidirme a buscar un hijo. No había para mí fórmulas tradicionales que se me pudieran aplicar. Yo no soy una mujer de esas que dicen "siempre supe que iba a tener hijos", o bien "nunca tuve dudas de que quería ser madre", ni mucho menos de las que pensaban que la realización femenina pasaba por la maternidad.
Así que, aún cuando ya hacía unos años que estaba en pareja, conviviendo con el barba, y que además ya contaba con 30 años, no sentía ningún impulso, ningún apuro, mucho menos un "instinto", por buscar un bebé. Él ya tiene un hijo y yo lo suponía menos interesado por eso. Pero no. El que comenzó a insistir fue él. Y yo, que estaba perdidamente enamorada, me comencé a preguntar si no podía ser un buen plan. Y me entusiasmé. Y me fui haciendo a la idea de que, quizás, finalmente yo no sería tan mala madre como se me ocurría que podría serlo. Que quizás podía tolerar la idea de que un bebito me quitara horas de sueño, belleza - que de por sí escaseaba - y libertades.
Y así fue que a pocos meses de cumplir mis 32 años me decidí, junto con el barba, a buscar a nuestro bebé. Era abril de 2009. En pocos días viajábamos por primera vez a París. Era el momento ideal para encargar nuestro hijito. O al menos, parecía serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario